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Historias de tambos: según pasan los años

Historias de tambos: según pasan los años

Siendo el cambio generacional determinante para la continuidad de la actividad, visitamos cuatro tambos familiares –Allegre, Richard-Ercole, Scolari y Barrea–, en las localidades cordobesas de Marull y La Para para entender la dinámica de sus integrantes, su organización y pensamiento.

Por Gabriela Peralta

El desarrollo económico y social de Marull y La Para están profundamente arraigados a la evolución del campo y la lechería. A pocos kilómetros al sur de la Mar Chiquita ahora denominada de Ansenuza, llegaron inmigrantes a principios del siglo XX –principalmente desde Italia y España–, que comenzaron a trabajar la tierra y fundar las colonias.

Desde los albores de la fundación de ambos pueblos en el noreste cordobés, la lechería ya estaba presente. Apenas dos décadas después de la fundación de Marull, se constituye en 1935 la cooperativa de tamberos para desarrollar una actividad que fue superando desafíos a lo largo de los años y que se fue destacando a nivel nacional, por la innovación y el progresismo de sus productores, incorporando nuevas tecnologías, intensificando la producción a partir de objetivos claros, el esfuerzo familiar y de los equipos de trabajo.

A casi cien años de sus primeras páginas, la historia hoy se centra en el cambio generacional que hoy como en el país, está definiendo claramente la continuidad de algunos de los tambos más importantes de la cuenca.

El desafío de seguir siendo tamberos

Según las estadísticas mundiales, las empresas familiares tienen muy pocas posibilidades de superar la transición entre la primera y segunda generación. Esto se debe a que uno de los principales problemas de la sucesión es la resistencia que generalmente presentan los fundadores a su retiro, a realizar una planificación del patrimonio de la empresa y a enfrentar los problemas que conlleva la sucesión. Lo cual, puede generar un impacto negativo en el proceso de transición de la nueva generación. En otras palabras, el relevo generacional suele fracasar.

Entonces, ¿qué permite la continuidad de las mismas? Sin lugar a dudas, varios autores coinciden en que la planificación de la sucesión es fundamental, al efecto de asegurar la continuidad de la empresa a lo largo del tiempo y las distintas generaciones.

Pero para ello será vital, cómo los fundadores, comienzan a ceder su liderazgo, compartir contactos y conocimientos técnicos. Así lo atestigua el Ing. Agr. Rubén Scolari, un productor que marcó como asesor una impronta en la lechería de la región y quien sostiene que el principal factor de continuidad de un tambo, es la delegación del dueño a sus hijos y el entusiasmo que trasmita. Una conclusión que fue construyendo a lo largo de muchos años como asesor de productores tamberos locales.

En la actualidad es Rubén quien acompaña a sus tres hijos en el gerenciamiento de “Don Luis”, un tambo estabulado de alrededor de 1.100 vacas en ordeñe que promediaron el año pasado los 34 lts/VO y hoy están en 35 lts. “Mi padre Aladino fue una persona abierta. Nunca lo escuché quejarse. En mi profesión como agrónomo tampoco tuve una experiencia negativa y lo mismo transmití a mis hijos”, sostiene. “Estoy convencido que
hay una edad productiva por lo que es muy importante que las nuevas generaciones empiecen a ganar terreno, lo
antes posible en la toma de decisiones de la empresa.”

Por su parte, Liliana Richard maneja junto a su familia, un tambo de 387 vacas en ordeñe y que alcanzará las 500 en breve para aspirar llegar a los 20.000 litros diarios. Liliana testimonia la activa participación que tenía su padre Don Ángel, en diversas reuniones entre ellas las cooperativas. Así rememora cómo Aladino Scolari, que era vecino de su padre, le hablaba de vacas desde muy pequeña cuando participaba de los asados, que los productores realizaban. Hoy, es ella junto a su familia, quien continúa la actividad tambera, enfocada en nuevas metas que le permitan plasmar el acervo acumulado, sin que las cuestiones de género hayan sido puntos de debate.

Familia y negocio

Es claro que en una empresa familiar conviven dos sistemas que tienen objetivos y principios diferentes: la familia y el negocio. Esto hace que se deban superar inconvenientes que en otro tipo de empresas no suceden. La experiencia de la familia de Mirta Scolari, hermana de Rubén y esposa de Raúl Barrea, demuestra que se puede y que ellos junto a sus tres hijos han decidido transitar futuro juntos en “Don Aladino” –en honor al abuelo común–, a partir de la sociedad y una visión común conformada entre sus integrantes. “Hay que mantener el concepto de familia con vista empresarial”, sostiene Raúl. Allí cuentan con 800 vacas en ordeñe con una producción diaria de 24 mil litros.

Es un perfil común en las empresas familiares que logran insertarse competitivamente en el mercado la de ser visionarias, emprendedoras y tener otra apreciación del riesgo. En “Don Aladino” –el campo familiar está ubicado sobre la ruta 17, entre La Para y Marull–, esta premisa se aprecia por ejemplo cuando en el 2011 incorporaron una sala rotativa de ordeño poco común en la provincia y en el país, además de apostar al crecimiento con la reciente adquisición de un silo para almacenar leche de 40 toneladas. “Siempre hemos soñado con una lechería de clase mundial”, expresa Raúl que siendo contador público es un apasionado por la actividad.

Hoy lidera la toma de decisiones de la empresa, aunque las mismas se toman respetando el consenso entre las partes, en un agradable asado de domingo o dentro del espacio que los reúne para poder informarse sobre las novedades de la actividad.

Una visión común: eficiencia e inversión

El panorama en las tierras cercanas a la Laguna Mar Chiquita es heterogéneo en cuanto a la dinámica de las familias.

Mientras en algunos tambos, comenzó desde hace tiempo el proceso de cambio generacional con hijos profesionales o no, en otros llevará más años para que “asuma” la tercera generación. Ese es el caso de los tres hermanos Alegre –Ricardo, Gabriel y Ariel–, cuyos hijos aún están en edad escolar en su tambo ubicado en La Para. Los Alegre ya tuvieron un proceso de separación con su otro hermano Miguel hace unos años, allá por el 93, pero los tres decidieron seguir juntos bajo la premisa de la eficiencia y también de la inversión. “Siendo eficientes, los números tienen que dar, pero hay que invertir”, es su credo. La frase es expresada por Ricardo Alegre quien recuerda que
fue la “fórmula” que le transmitiera el asesor de hace unos años, Rubén Scolari. “Todos los tambos que sobresalen
y progresaron en la zona, fue gracias a su trabajo y consejos”, asegura Ricardo.

Los Alegre son un ejemplo de constancia y sacrificio para alcanzar los objetivos. En los 80, empezaron con su padre ordeñando a mano apenas cien litros diarios. En el ’85 compraron su primera máquina de ordeñar y en el ’93 conocen a Rubén Scolari quien los ayuda a dar el salto. En el 2011 inauguran la calle de alimentación para techar y empezar a estabular en el 2018. Este año arrancaron con 750 vacas en ordeñe de las cuales 500 están estabuladas y el resto en piquetes, con una producción de 44 litros diarios por vaca. Actualmente, constituyen uno de los veinte tambos que han quedado funcionando en La Para, bastante menos de los setenta que se contabilizaban hacia el 2007 según un relevamiento realizado por el EREMNEC (Ente Regional de los Estados Municipales del Noreste Cordobés).

Buscando pertenecer

Una de las principales ventajas de las empresas familiares es el singular clima que genera, un “sentido de pertenencia” y por ende, un propósito común a todo el impulso laboral. Si bien es intangible, esta característica se exterioriza y le dan a la empresa una gran ventaja competitiva.

Algunos estudios indican que para la generación “Y” o también conocidos como “millennials” –aquellos jóvenes innovadores, arriesgados, acostumbrados al multitasking, que construyen su autoridad con ejemplo y no por la simple demostración de poder–, es cada vez más común buscar experiencia laboral fuera de la empresa familiar, y solo un bajo porcentaje de ellos ingresó en la firma directamente al terminar la escuela como hicieron sus padres y/o abuelos.

No obstante, en Marull algunos hijos de los productores tamberos siguieron sus estudios universitarios y al graduarse regresaron a la empresa familiar para sumarse y desarrollar un rol específico. Tal es el caso de los tres hijos de Rubén Scolari. Mientras Jimena (37) como contadora trabaja en el área financiera de la empresa, Ignacio (34) es ingeniero agrónomo obviamente abocado a la gestión productiva y Sofía (26) que es arquitecta acompaña
el proceso productivo desde su lugar, con un rol más humano hacia el personal. “Hay innumerables ítems que
hacen a la mejora de un tambo. No hay que mirar quién gobierna, sino los objetivos que se han planteado desde la empresa”, sostiene Ignacio que hace más de diez años participa en la toma de decisiones de la explotación.

Para las disposiciones concernientes a lo estrictamente productivo, Rubén tiene una agenda de trabajo con su hijo agrónomo. “Si bien tenemos reuniones formales con todos, con Ignacio vamos tomando decisiones que competen a la marcha de la semana o la proyección del mes. Las decisiones más importantes, de fondo, son las que tomamos en familia. Normalmente, tratamos de no hablar mucho en el almuerzo o en la cena de lo que es campo, pero es inevitable la mayoría de las veces. Pero no es el mejor ámbito para discutirlo, no siempre hay consenso”, detalla Rubén Scolari. “Aunque hay discusiones siempre llegamos a buen puerto donde se entiende la postura de cada uno de nosotros”.

Por otra parte, en «Don Aladino», los hijos de Mirta y Raúl también se acoplaron a la empresa como socios y con roles. Mientras Nicolás (38) es Licenciado en Administración de Empresas y ocupa el cargo de Gerente Administrativo y Financiero, Ramiro (33) es Ingeniero Agrónomo y es el gerente de producción y de calidad. Su hermana Irina, aunque socia, aún no está abocada a las tareas de la empresa. Para Nicolás el objetivo a largo plazo es incrementar el nivel de litros y cantidad de vacas, es decir, tener mayor cantidad de vacas de forma eficiente, priorizando la calidad.

“Tenemos que comenzar a tener en cuenta los aspectos ecológicos en la toma de decisiones, que si bien no son exigidos aún en nuestro país no los podemos obviar”, sostiene. Por el lado de los Richard, Matías Ércole (23), uno de los dos hijos de

Liliana es un apasionado de los tractores y es el que dirige al personal en época de cosecha y se siente entusiasmado en la labor que desempeña diariamente. Al ser pocos miembros en la familia,
Matías fue tomando de muy joven un rol destacado con un fuerte compromiso para su edad. Participa activamente en reuniones y dice tener mejor relación con los adultos que con sus contemporáneos que lo inspiran transmitiéndole experiencia y
conocimientos. Milagros Ércole (15), su hermana,
si bien aún está cursando el secundario confiesa:
“Me veo en la toma de decisiones a futuro”.

Bajo la premisa de crecer y ser mejores A lo largo de los años como profesional y como productor Rubén Scolari, viene sosteniendo una consigna lapidaria: “Tambo que no crece, desaparece”. El mismo y su familia son un testimonio de esta lógica empresaria cuando su padre ordeñaba alrededor de cien vacas. Actualmente, la familia documenta medio siglo de historia en la lechería –tuvieron uno de las primeras salas espinas de pescado en el país–, y debe ser por ello que consideran la actividad tambera como “un objetivo de vida”, donde las metas van cambiando y “hay que adaptarse, pensando en que se puede ir creciendo”.

El hijo de Don Aladino, atestigua que en los comienzos estos tambos eran cien por ciento pastoriles, a potrero completo, sin boyero ni racionamiento. “La necesidad era de ordeñar más para subsistir. Pero siempre desde hace cincuenta años que hacemos inseminación artificial y control lechero, no se cortó nunca”, destaca Rubén.

“Siempre se buscó crecer e incrementar la carga. El objetivo productivo era suplementación estratégica para todo el año. Luego aparecieron los silos y llegó un momento que la carga era tan alta que había que tomar decisiones. Allí cambias tu visión de cómo alimentarlo.”

Hace quince años comenzaron decididamente a encerrar. “Fuimos buscando confort animal para que pudiera expresar todos sus genes. Estamos techando piquetes para que tengan el mayor confort posible. Nuestro objetivo hoy es pasar a cuarenta litros por vaca”, afirma el asesor.

En línea con su padre, Ignacio también asiente esta visión. “Veo mucho más fácil hacer eficiente lo que tenemos sin aumentar el rodeo dentro de los próximos tres o cuatro años. Mejorar lo que hay: confort, instalaciones.

Mantener el número de vacas en ordeño y aumentar en litros”. Liliana Richard, describe con pasión y entusiasmo cada una de las acciones que fueron generando en la explotación para llegar a las actuales quinientas vacas que hoy tiene en ordeño, y cómo fueron invirtiendo en el equipamiento adecuado para garantizar el crecimiento en litros por vaca y mejorar el confort. Para ello proyectan la realización de un patio de alimentación. En el 2020 alcanzaron los 15.800 litros promedio diarios con 412 vacas.

Este año aspiran a alcanzar los 20.000 litros con 500 vacas. Liliana, también destaca el rol como asesor de Rubén Scolari pero también recuerda los conceptos y mandatos de Don Angel de tener que ser profesional para después volver al campo. “Vos tenés que saber lo que es tener un patrón”, rememora cuando ella le transmitió su deseo de
desempeñarse en la docencia, tras graduarse entre los primeros promedios.

La familia cuenta con un espacio en la casa que oficia de escritorio para discutir y analizar los temas cotidianos y
estratégicos.
El establecimiento “Don Aladino” de la familia Barrea es un sistema aún de cielo abierto con dos sistemas de distribución de las TMR que se suministran con mixers en cada piquete. Ya cuentan con una calle de alimentación techada, con doble vía –vacas de un lado y vaquillonas del otro–, mientras, aún mantienen en otros rodeos los comederos de madera en los drylot donde se descargan las raciones dispuestas por un nutricionista. Si bien hay un trabajo en equipo junto a los asesores, Raúl expresa que como empresa familiar las decisiones se
toman a veces de manera más informal.

“La toma de decisiones es un análisis en conjunto. En el asado del domingo se habla de todo y se va haciendo el dinamismo. Si no hay consenso, no se hace”, asegura Barrea.

Mientras Ricardo y Gabriel Alegre trabajan a la par de sus empleados en el tambo, es Ariel como contador quien se encarga de la administración. “Las inversiones se hacen opinando los tres,
pero la decisión final la toma Ariel como contador de la empresa. Cada dos meses nos reunimos con nuestros asesores para evaluar la situación actual y los nuevos proyectos”, manifiesta Ricardo.
En el corto plazo los hermanos Alegre proyectan alcanzar las 850 vacas en ordeñe como objetivo. “Crecer siendo eficientes, sin mirar el precio que percibimos”, afirman asegurando que son conscientes del alto costo argentino para producir en materia crediticia, fiscal y comercial. “Darle confort a la vaca, es la clave de ser eficiente”.

Buenos Aires, 11 de mayo de 2021

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